Con una nueva producción de la ópera “Carmen”, recientemente se dio inicio a la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago.
Gran expectativa revestía el retorno de la tradicional temporada de ópera del Municipal capitalino aún en tiempos (¿post?) pandemiales, considerando la normalización de las actividades, no obstante las secuelas de la crisis económica asociada
Los desafíos de hoy para la captación de nuevos públicos en el ámbito de la música de tradición escrita -particularmente en la ópera- no son menores, ante un natural recambio generacional más los efectos de la pandemia, condicionando la cantidad y perfil de títulos a programar, lo que amerita una periférica y realista óptica coyuntural. De hecho, falta retomar los seis títulos históricos, siendo prudente la presente gradualidad hasta llegar (ojalá prontamente…) al esquema tradicional. En este contexto, fue oportuno comenzar con Carmen, de Georges Bizet, como título convocante y siempre desafiante.
Contemplando dos elencos de perfiles parecidos, es menester señalar la tendencia del Municipal a una homologación de repartos, quizás para nivelar a los cantantes nacionales con los internacionales, traduciéndose en una equivalencia de precios para sendos repartos. A priori, es riesgoso para los casos de títulos con asimetrías de trayectorias, redundando en desbalances de la valorización económica inherente. Por tal razón, antaño existía un primer elenco de verdadero carácter internacional (incluyendo a artistas nacionales de gran trayectoria) junto a otro local, este último concebido como el espacio reservado fundamentalmente a los artistas locales emergentes.
De la producción en sí, estuvo confiada a Rodrigo Navarrete, prestigioso regista chileno, con exitosas producciones de ópera en el mismo Teatro Municipal y en regiones. Lo mismo Ramón López, de importante trayectoria como escenógrafo, iluminador y regista, confiándosele en esta oportunidad el diseño escenográfico e iluminación. Y el diseño de vestuario, recayó en Loreto Monsalve, también con colaboraciones previas en el Municipal.
Ambientada en la década de los años 90 del siglo XX, la propuesta apostó hacia la atemporalidad del libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac (basado en la novela de Prosper Mérimée y ambientado en Sevilla, alrededor de 1820), axioma absolutamente válido, cuyas líneas macro no tuvieron mayores tropiezos, máxime al darse, en general, debido correlato entre el espíritu del mismo libreto y las singularidades históricas de la época actual.
Sobre los aciertos, principalmente se destaca toda la resolución de la escena del Lilas Pastia, transportado al moderno concepto de “pub”, con acertados efectos lumínicos, buena administración espacial, más una ad-hoc introducción con una excelente coreografía flamenca (a cargo de Lorena Peñailillo). Asimismo, interesante la inclusión de manifestantes con pancartas contra el maltrato animal en el último acto (corrida de toros), no obstante no haberse desarrollado mejor la idea, quedando sólo como un esbozo… Y el concepto de la muerte de Carmen con un disparo en la espalda -a priori, desconcertante-, a la postre tuvo sentido, en cuanto se desarrolla una idea de la potente personalidad de la misma protagonista, como de la debilidad (a grados extremos) del mismo Don José.
En cuanto a falencias, no convenció del todo emplazar la escena del paraje en las montañas (tercer acto) circunscrito a una bodega, interpretándose como un refugio dentro de las mismas, idea un tanto difusa, y quizás única solución ante la dificultad de resolver la limitante estructura fija a lo largo de toda la ópera.
Respecto a la iluminación y vestuario, se destaca el apoyo del primero, resaltando momentos claves como el primer encuentro entre Carmen y Don José, asimismo el soporte lumínico general, como haber “templado” el vistoso (y en momentos poco refinado) vestuario, aunque de coherente aggiornamiento noventero (ante el pesar de los puristas…).
En lo musical hubo equilibradas entregas en los dos repartos, ambos sólidamente dirigidos por el titular filarmónico Roberto Rizzi-Brignoli, quien demostró completo conocimiento de la obra, brindando incuestionable manejo estilístico, amén de un seguro apoyo al palco escénico. Atenta respuesta de la Filarmónica de Santiago, con debido ajuste y calidad de sonido.
Los desempeños vocales tuvieron resultados cruzados entre los elencos, al menos en los roles principales. Es el caso de la joven mezzo georgiana Natalia Kutateladze, de excelentes medios vocales y musicalidad, sin embargo su interpretación de Carmen tuvo poco idiomatismo, optando por una visión en exceso refinada, casi al umbral de una top model, y por encima de lo aguerrido y brutal del personaje. Por distinto carril discurrió la formidable y experimentada chilena Evelyn Ramírez, ofreciendo el verdadero psique du rol esperable, más una musicalidad a borbotones.
En el caso de Don José, se contó con los mismos protagonistas de la “Manon” de Massenet del año pasado -el mexicano Galeano Salas y el uruguayo Andrés Presno-, quienes no tuvieron equivalencia de rendimiento, fundamentalmente, en el caso de Salas, con una vocalidad aún bien asentada para el rol, acusando (en la función de estreno) sinuosidades de emisión que no proveyeron uniformidad de línea, y calante en algunos momentos (básicamente en el primer acto), aunque inteligentemente administradas sus falencias hacia el último acto. Distinto el caso de Andrés Presno, admirablemente empoderado en su cometido, sabiendo administrar con entera propiedad sus naturales condiciones de robustez vocal, amplia proyección y belleza de timbre.
De los demás roles, también hubo diferencias en Micalela, no dándose la vocalidad ideal en el caso de la soprano norteamericana Alexandra Razskazoff, de gran recuerdo en Mimí (La Bohéme) del año pasado, habiéndose deseado una voz más lírica que permitiera contrastar mejor a la protagónica Carmen. Distinto la chilena Paulina González, con gratos recuerdos en el mismo rol y aún con la excelencia acostumbrada. En el vocalmente ingrato rol de Escamillo, insalvables diferencias entre el bajo-barítono polaco Artur Janda y el barítono chileno Javier Weibel, donde el primero acusó incomodidades de emisión (y entrega interpretativa), mientras el segundo acomodando inteligentemente sus condiciones para un adecuado cumplimiento. Y en general parejos los cometidos en los roles secundarios de Zúñiga, Dancairo, Remendado, Mercedes y Frasquita.
En suma, un buen inicio de la temporada lírica del Municipal de Santiago, con una producción en general de apreciable factura, con positivas entregas musicales promedio más un rotundo éxito de público, augurando una creciente demanda por asistir a la más completa manifestación de las artes musicales y escénicas, como es la ópera…