Música
02 de Enero, 2025

Boris Giltburg: un pianista de marca mayor

Por Jaime Torres Gómez

Recientemente se presentó el destacado pianista ruso-israelí Boris Giltburg, conocido en Chile desde años.

Realizado en el Teatro Corpartes, espacio de excelente acústica y hoy en plena utilización post pandemia, se aprovechó la presencia de Giltburg por Sud América, recalando en Santiago con un programa de “generosa duración” y alta exigencia musical

Ganador de los prestigiosos concursos “Paloma O´Shea” (España) y “Reina Elizabeth” (Bélgica), la carrera de este pianista ha sido meteórica al presentarse en importantes salas internacionales y como solista en grandes orquestas, además, colaborador permanente del prestigioso sello Naxos, habiendo grabado un vasto repertorio. De sus actuaciones previas en Chile, se recuerda su importante desempeño en el Concierto N° 2 de Saint-Saëns junto a la Filarmónica de Santiago en el Teatro Municipal, asimismo, de completa solidez la mayoría de los registros disponibles de sus actuaciones en vivo y grabaciones de estudio. 

La presencia de Giltburg se suma a otros pianistas internacionalmente aclamados como Peter Donohe junto a la Sinfónica Nacional a comienzo de año, Martina Filjak con la Filarmónica, y el debut del extraordinario Danill Trifonov (inaugurando el nuevo piano del Municipal de Santiago), más estupendas presentaciones de los pianistas nacionales Luis Alberto Latorre, Danor Quinteros, Alfredo Perl, Gustavo Miranda y Liza Chung, entre varios. 

En la presentación de Corpartes, nuevamente Giltburg reafirmó su solvencia artística, servida de una formidable técnica, acabada formación musical y en general buen criterio en el abordaje de las obras. Y si bien el Steinway disponible no se apreció en buen estado sonoro, considerando un histórico buen recuerdo del piano de Corpartes, en esta oportunidad se percibió con un metálico timbre, condicionando, en parte, la audición del programa, no obstante el excelente desempeño del pianista visitante.

Abrió con la Sonata N° 14, Op. 27 N° 2 “Claro de Luna”, de L.V. Beethoven, obra original para época, principalmente por la libertad del tratamiento formal respecto los aún vigentes clásicos cánones mozartianos y haydnianos. De calibrada claridad, no obstante la incomodidad del metálico sonido, Giltburg logró “amigarse” con las limitaciones de marras, obteniendo nitidez de voces y coherencia interna.

Seguidamente, y con mayor vuelo expresivo, una formidable versión de la exigente Sonata en si menor de Franz Liszt, obra cumbre del pianismo. De dialéctico carácter (como imagen del Fausto goetheniano, con las figuras de Fausto, Gretchen y Mefistófeles), musicalmente plasma una irrefrenable evolución cíclica con admirables transiciones y desarrollos. Giltburg, del todo empoderado, comprendió a fondo todos estos elementos, pintando, con notable claridad conceptual, cada cuadro, no obstante, a ratos, con excesivo arrebato en los pasajes de mayor bravura expresiva. Logros irrefutables en la administración del rubato, dinámicas, fraseos y contrastes, más inteligentes matices y gran calidad de sonido global. 

La segunda parte consultó un monográfico Sergej Rachmaninoff, no convenciendo del todo su inclusión post la catedrálica sonata lisztiana, esta última más lógica para finalizar un programa. Como contrapartida, debe destacarse la completa afinidad y dominio de Giltburg con la música rachmaninoffiana, ante un gran nivel de entrega. 

Comenzando con una secuencia de Preludios bien seleccionados e inteligentemente agrupados, dio cuenta de cabal organicidad. Piezas de particulares individualidades, conforman un collage discursivo de atrapante contenido, discurriendo por distintos estados anímicos, asimismo por variopintas temáticas. A sus anchas, el formidable pianista ofreció versiones de antología. Gran manejo del color y transparencias, amén de una certera administración de las transiciones más empática claridad expositiva global.      

En el caso de la famosa Sonata N° 2 -obra extraña y quizás no necesariamente de consumada belleza, aunque bien construida-, en palabras del mismo Rachmaninoff al decir: “…miro algunas de mis obras anteriores y veo cuánto hay de superfluo. Incluso en esta Sonata hay tantas voces que se mueven simultáneamente, y es tan larga. La Sonata de Chopin dura diecinueve minutos y todo está dicho…”, en parte, no obstante ciertas dispersiones y algunas ideas vagas, no existen “superficialidades”. Deslumbrante versión del pianista visitante, con soberbio dominio del “pathos interno”, en sí complejo. Si bien el abordaje de esta obra requiere completo virtuosismo -aquí derrochado a borbotones-, a la postre, se impuso una profundidad interpretativa que ayudó a una mejor comprensión de la pieza, mérito propio de un gran artista como Boris Giltburg

En suma, una presentación de altísimo nivel que deja un importante referente para una mayor llegada de artistas de clase mundial…