Como una forma de dar continuidad a las actividades de la Sinfónica Nacional ante la dramática imposibilidad de retornar a su sede del Teatro de la Universidad de Chile, emplazado en la Zona Cero de la presente (y creciente…) convulsión social, se recurrió al emblemático Teatro Caupolicán, icónico espacio que por décadas ha albergado una variada gama de espectáculos y concentraciones.
Con un aforo para más de 3.000 personas, y dadas sus multifuncionales características, por cierto no se trata de un lugar concebido con los estándares acústicos propios para la música docta, aunque sí demostró positivas sorpresas generales. Así, pudo validarse al Caupolicán como un recinto donde perfectamente este tipo de música puede presentarse, aunque en un formato de agrupaciones medianas-grandes y con un criterio programático que asegure masivas demandas, más un adecuado tratamiento de la amplificación.
Ante la positiva experiencia en diciembre con Carmina Burana, ofrecida por la Sinfónica y el Coro Sinfónico de la Universidad de Chile, incentivó la realización de dos programas en enero dirigidos por el actual titular, maestro Rodolfo Saglimbeni, y congregando a un buen marco de público. De hecho, el primero de ellos contempló una “sandía calada” en cuanto a masividad, con música de películas, mientras que en el segundo se trató de una apuesta más arriesgada, con extractos musicales de óperas wagnerianas junto al mismo Coro de la Universidad de Chile.
De las presentaciones, es menester volver a insistir en la ausencia de programas de mano, como ha sido recurrente últimamente en la Sinfónica, no obstante lo ameno de las alocuciones in situ del maestro titular. Se trata de un detalle no menor y que demanda una mejor consideración al público...
De magníficos resultados artísticos, el programa con música de películas -de cierta habitualidad en el medio- congregó a una gran cantidad de público, prácticamente “copando” (que no se mal entienda… ante cierta hipersensibilidad coyuntural…) la capacidad del Caupolicán.
Con un celebrado criterio selectivo más una excelente dirección de Saglimbeni, nuevamente demostró su reconocida versatilidad y completa afinidad con el género. Si bien la mayor parte de la selección es repertorio habitual de la Sinfónica y otras agrupaciones locales, deben destacarse los estrenos de la música de Nino Rota para películas de Fellini como Amarcord (1973), 8 ½ (1963) y La Dolce Vita (1960), todas de excelente factura y en deslumbrantes interpretaciones. A la vez, muy acertado haber incluido el pasaje más emblemático de Psicosis (Hitchcock, 1960 y música de Bernard Herrmann). Y al tratarse de una antología de música de cine en el tiempo con múltiples procedencias, fue acertado incluir los recurridos hits de John Williams para Tiburón, La Guerra de las Galaxias, Indiana Jones y Jurassic Park, asimismo el Mambo del West Side Story (Bernstein), como la notable música de Ennio Morricone para Cinema Paradiso y La Misión.
No obstante un magnífico tratamiento de la amplificación, especialmente en el balance cuerdas-maderas, amén de obtenerse completa naturalidad tímbrica en esas secciones, a la semana siguiente se percibió un resentimiento en la proyección sonora, denotando cierta falta de “aclimatación”, fundamentalmente al ser un repertorio radicalmente distinto junto a un orgánico de gravitante presencia coral, esto ante una insuficiente prueba acústica.
En lo propiamente musical, quedó un saldo pendiente… al tratarse de un repertorio en su mayoría raras veces frecuentado por la Sinfónica y el Coro, al menos desde los últimos treinta años. Si bien Saglimbeni demostró buen dominio musical, sin embargo no hubo completa correspondencia y asimilación de los músicos y coreutas, sin duda producto de una escasez y condiciones de ensayos para un repertorio tan complejo como el wagneriano. Igualmente, se aplaude su inclusión y en un espacio tan popular como el Caupolicán, e incluso a futuro sería deseable expandir este repertorio con solistas y extractos orquestales tan preciados como la Inmolación de Brunhilde, la Música Fúnebre de Sigfrido, Escena Final de La Walkiria, el Viaje de Sigfrido por el Rhin, extractos del segundo y tercer acto de Tristan e Isolde, etc.
Comenzando con la largamente ausente Obertura de Rienzi, la versión de Saglimbeni tuvo grandes aciertos en todo orden, no obstante no estar de acuerdo con el accelerando de la sección final, descontextualizado con el excelente desarrollo previo. Luego, varios pasajes corales del Buque Fantasma, donde el desempeño del Coro se percibió sin prestancia, desequilibrado y sin debida asimilación musical, mejorando sustancialmente en el Coro de los Peregrinos y final de la ópera Tannhäuser, asimismo muy bien en el pasaje coral de Parsifal (“Zur letzten Liebesmahle”) y la Marcha Nupcial de Lohengrin. Y aún por pulir toda la Suite Orquestal con coro incluido de Los Maestros Cantores de Nüremberg, años atrás exitosamente abordada por Saglimbeni (allí sin coro).
En suma, dos interesantes presentaciones de la Sinfónica Nacional en un espacio emblemático como el Teatro Caupolicán, validando su uso para presentaciones de música docta, pero con criterios de absoluta especificidad programática más una bien estudiada asistencia acústica.