De la copiosa cantidad de conciertos previos a la reciente Semana Santa, destacables fueron las presentaciones del Réquiem Alemán de Johannes Brahms y el Réquiem, Op. 148 de Robert Schumann.
Estas obras tienen en común una genuina amabilidad de carácter y debida luminosidad ante el misterio de la muerte. Por otro lado, la directa cercanía musical y de amistad de ambos compositores -sin duda claves del romanticismo musical decimonónico-, derivó, en el caso de Brahms, incorporar una directa influencia de la música de Schumann, esté último 23 años mayor, y quien descubriera y apoyara el talento de un joven Brahms.
El Réquiem Alemán, Op. 45, dado a conocer en 1868, es una obra de relativa juventud, denotando una atractiva originalidad respecto a los réquiems de la época -principalmente asociados a los textos litúrgicos del Réquiem Católico-, habiendo seleccionado (y acomodado) el mismo compositor los textos bíblicos alusivos a la muerte y del más allá, resaltando, con mayor libertad formal (y expresiva), los elementos humanos respecto la percepción de la muerte sobre lo intrínsecamente religioso. Y como buena obra brahmsiana, su construcción dispone de sólidos recursos compositivos, entre ellos un excelente manejo del contrapunto más un notable tratamiento de las texturas vocales e instrumentales.
En el caso del Réquiem schumanniano, se trata de una obra de madurez y de gran belleza melódica, sincera expresividad y riqueza armónica. Y proviniendo de un compositor de alto vuelo poético, esta tardía incursión (obra póstuma) de carácter religioso y de estructura ortodoxa en lo litúrgico (Católico), de alguna forma responde, en palabras del mismo Schumann, al “objetivo más elevado de un artista cual es dirigir sus esfuerzos hacia la música sacra…”. Y de su carácter, al igual que el de Brahms y lejos de toda prosopopeya, dialoga con certera amabilidad y luminosidad con el misterio de la muerte…
La versión presenciada del Réquiem Alemán, a cargo de la Sinfónica Nacional junto al Coro Sinfónico de la Universidad de Chile, estuvo bien comandada por Víctor Hugo Toro, ausente por 12 años en la Sinfónica, apreciándose el buen momento de este destacado director nacional.
Con excelentes resultados de la orquesta y coro, Víctor Hugo Toro centró su versión con alabada naturalidad de discurso, reflejando lo luminoso dentro del dolor. Buen enfoque en acentos y equilibrio contrastante global. Encomiable labor solística del barítono Arturo Jiménez, con robustez de timbre, proyección y homogénea línea de canto. Y de segmentada fluidez el cometido de la soprano Pilar Garrido, no obstante, sus excelentes recursos vocales y musicalidad.
En cuanto al Réquiem de Schumann, luego de muchos años de su estreno local, en esta oportunidad fue ofrecida por la Orquesta de Cámara de Chile junto al Coro Arsis XXI, dirigidos por Emmanuel Siffert. Cabe destacar la labor de Siffert, como titular de la OCCH, al promover una importante renovación de repertorio, siendo reconocido últimamente por el Círculo de Críticos de Arte de Chile. En consecuencia, se recibe con máximo beneplácito la llegada de una obra injustamente no frecuentada, asimismo expectantes ante próximos estrenos contemplados en la programación de la OCCH.
Si bien este Réquiem permite adaptarse a un orgánico tipo clásico, ideal a futuro sea ofrecido con un formato mayor de cuerdas y un coro más numeroso, en aras de lograr mejores texturas y mayor profundidad interpretativa. En todo caso, del todo laudable el enfoque de Siffert, entendiendo a cabalidad el carácter luminoso de la obra, y obteniendo completo ensamble de los camaristas nacionales como del coro invitado (dirigido por Silvia Sandoval). Excelente trabajo en texturas, dinámicas, balances y matices. De los solistas, destacable la soprano Raisa Johnson, con buen espesor vocal y magnífica línea de canto.
Previamente, y con inteligente criterio programático, se ofreció en calidad de estreno el Regina Coeli Laetáre (Reina del cielo, alégrate), de Ferdinand Schubert (hermano de Franz…), pieza de poco más de cinco minutos e ideal para iniciar el programa. Y luego, una reposición del Encantamiento del Viernes Santo de la ópera Parsifal, de R. Wagner, en un notable arreglo para una orquesta de conformación clásica (alrededor de 35 músicos) realizado por Pablo Carrasco, conservando en plenitud el espíritu y sonoridad de la pieza.
Ejemplar resultado en ambas obras, denotando nuevamente el gran nivel de la Orquesta de Cámara de Chile, asimismo la solvencia del trabajo del maestro Siffert como titular de esta destacada agrupación.
En suma, dos presentaciones de luminosas obras y con sólidas interpretaciones…