El segundo programa filarmónico de la actual temporada del Municipal de Santiago en pandemia, constituyó la más atrevida apuesta programática del año.
Lo anterior, conforme el perfil histórico de obras que han conformado las temporadas de la Filarmónica de Santiago, donde tímidamente se han ofrecido repertorios, llámese, “alternativos”…, ante una demanda de un mayoritario público muy convencional que suele asistir al Municipal. En este contexto, laudable haber considerado obras de compositores chilenos en todos los programas, máxime en las actuales circunstancias, donde el foco por recuperar y ampliar las audiencias es condición sine qua non para la proyección artística de un reconocido organismo como es la Orquesta Filarmónica de Santiago.
Con un inteligente criterio de incluir dos obras genuinamente románticas, y como “gancho” el famoso Concierto para Violín de P.I. Tchaikovsky, éste sirvió para congregar a una importante cantidad de público, y a la vez “subvencionando” a la notable Sinfonía Romántica del ilustre compositor nacional Enrique Soro.
Abriendo con el Concierto de Tchaikovsky, y fungiendo de solista uno de los concertinos de la Filarmónica, el ruso Alexander Abukhovic, permitió nuevamente aquilatar el espléndido estado de la agrupación, en esta oportunidad magníficamente dirigida por su Director Residente, Pedro-Pablo Prudencio, quien ha debido trabajar periódicamente con la orquesta a lo largo de toda una impresentable ausencia de quien, se supone, es su Director Titular…
Conforme lo presenciado (primera función), no obstante el talento y buena formación de Abukhovic, plasmado en un cálido sonido, calibrada afinación y proyección sonora, el resultado fue sinuoso, especialmente su lectura del primer movimiento, con ideas musicalmente divagatorias, abusando de los ritardandi, y a ratos con súbitos y descontextualizados cambios de tempi, siendo una labor titánica para el maestro concertador poder “perseguir” al solista. Felizmente, en los movimientos restantes hubo debida coherencia del solista más buen ajuste con la batuta y sus colegas filarmónicos, especialmente en el segundo movimiento.
Y como gran segunda parte, la extraordinaria Sinfonía Romántica de Enrique Soro, la primera (y más emblemática) sinfonía compuesta por un compositor chileno. Y haberla ofrecido en la misma sala que fuera estrenada hace justo 100 años, además de su debut con la Filarmónica, sin duda fue un hito en sí mismo.
El aporte de Soro a la literatura musical del país es definitivo. Con una sólida formación perfeccionada en Italia, asimiló lo mejor de la tradición musical europea, adscribiendo estéticamente a un post romanticismo de diversas fuentes, aunque también incorporando recursos de mayor modernismo. De allí que su música tuvo entusiasta recepción en selectas audiencias europeas y norteamericanas. Gran cultor de la claridad formal, más su fino y natural sentido de lo melódico, unido a una cautivante efectividad expresiva, hacen de su música una experiencia única.
La Sinfonía Romántica conjuga estos elementos en amplios desarrollos temáticos, generosa eufonía, riquísima armonía y acabado oficio de orquestación. Con atisbos estilísticos de C. Franck, E. Chausson, V. D`Indy, hasta G. Puccini y algo de R. Wagner, estéticamente Soro fusiona dichas influencias, logrando un producto de gran factura que amerita mayor difusión internacional.
La versión firmada por Pedro-Pablo Prudencio, autorizadísima y del mayor compromiso, obteniendo de sus músicos una respuesta de completo ajuste grupal. Enjundiosa exposición de la vena melódica como un notable manejo de las transiciones temáticas y progresiones expresivas, brindándole completa unidad interna (magnífico manejo de la coda en el último movimiento), amén de un soberbio tratamiento de las transparencias y balances. La respuesta del público, en justicia, contundente y al umbral del paroxismo…
En definitiva, un inapelable “triunfazo nacional”…