El desarrollo de la nutrida programación de la Sinfónica Nacional se ha desarrollado, al menos en cuanto a cambios de obras, sin tropiezos.
Cabe destacar la versatilidad programática encabezada por la tradicional temporada de abono en el Teatro de la Universidad de Chile, y expandida a otras salas de Santiago como el Teatro Municipal de Las Condes y últimamente en el emblemático Teatro Oriente, en la comuna de Providencia, con adecuaciones de los programas al perfil del público-objetivo.
Del Ciclo Grandes Quintas, desarrollado entre marzo y abril en Teatro de la Universidad de Chile, cabe destacar los dos últimos programas a cargo de Paolo Bortolameolli, como invitado, y el titular sinfónico, Rodolfo Saglimbeni.
En el caso de Bortolameolli, consagrado director nacional con activa circulación internacional, se trató de un esperado retorno a la Sinfónica, luego de varios (y accidentados…) años de ausencia, revistiendo alta expectación presenciar su trabajo con la decana orquestal del país, luego de recientes triunfos con la Novena de Mahler junto a la Filarmónica de Santiago y la Novena de Beethoven con la Sinfónica Nacional Juvenil. Con un atractivo programa –conforme al perfil histórico de la Sinfónica, con amplio arco de repertorio-, contempló obras de Leni Alexander, Xavier Monsalvatge y P.I. Tchaikovksy.
De completo acierto la inclusión de “Equinoccio”, de la destacada compositora polaca-germana-chilena Leni Alexander (1926-2005), en el centenario de su nacimiento, y sin duda figura fundamental en la música de tradición escrita en Chile. Adscribiendo estéticamente a la atonalidad, serialismo y aleatoriedad, en Equinoccio se da un continuum de gran riqueza tímbrica y colorística, donde no necesariamente se reconocen elementos que clarifiquen su relato, convirtiendo tal misterio, finalmente, en una fortaleza… Y Bortolameolli, algo distante, se circunscribió a una lectura de rigor por sobre un mayor auscultamiento del pathos interno, no obstante una profesional respuesta de los sinfónicos.
Por distinto carril el resultado en las magníficas Cinco Canciones Negras del catalán Xavier Monsalvatge (1912-2022), largamente ausentes. Obra de cautivante enjundia melódica y colorida orquestación, la versión ofrecida triunfó en idiomatismo, dándose total conexión entre una empoderada Nancy Gómez (mezzo) y la batuta. Un irredargüible logro…
En la segunda parte, una errática Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, en comparación a la triunfalmente presenciada al mismo Bortolameolli años atrás. En esta oportunidad, ante una extemporánea ansiedad que no coadyuvó a develar la inmanencia discursiva -en sí de desgarrador relato-, se tradujo en aleteos sin tregua contrastante (en lo anímico). Con una adopción de vertiginosas velocidades (especialmente en el último movimiento), confundieron arrebato con destemple..., donde, felizmente, la Sinfónica se mostró dúctil a las indicaciones de la batuta, con buen empaste sonoro y ajuste grupal.
Y con la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler se cerró el Ciclo de Grandes Quintas, ameritando reeditar otro ciclo numerológico de grandes sinfonías. A cargo del magnífico titular sinfónico, Rodolfo Saglimbeni, contempló además el Aria de la Suite N° 3 de J.S. Bach, en orquestación del mismo Mahler, dándose una interesante organicidad programática.
Gran trabajo de Saglimbeni en sendas obras, obteniendo máxima jerarquía de los sinfónicos, más plena autoridad en la Quinta mahleriana al hilvanar un discurso sin tropiezos desde la marcha fúnebre inicial hasta el endemoniado Rondó-Finale del quinto movimiento. Notables transiciones temáticas a lo largo de esta compleja (y fragmentada) sinfonía, obteniéndose irreprochable unidad discursiva. La Sinfónica, en estado de gracia, rindió con máxima calidad, no siendo hiperbólico relevar esta versión como un genuino “producto de exportación”…
La siguiente presentación, de radical giro y nuevamente a cargo de Saglimbeni, consideró un atractivo Concierto Familiar denominado “La Magia de la Orquesta”, contando con la presencia del destacado actor nacional Pablo Ausensi. Del todo interesante las dos obras especialmente concebidas para fines educacionales del norteamericano Russell Peck (1945-2009), en la línea de la famosa “Guía Orquestal para la Juventud”, de Benjamin Britten.
La primera de ellas, “La Emoción de la Orquesta”, presenta lúdicamente los instrumentos y la forma de tocarlos en el contexto de un orgánico orquestal. Posterior y complementariamente, “Tocando con Estilo”, otra lúdica narrativa presentando al director de orquesta como líder en las indicaciones de carácter y articulación, entre varios, como elementos básicos para introducir cambios de carácter (ánimo) y estilo. Y como segunda parte, una selección de piezas clásicas conocidas, incluyendo una pertinente exhibición de música popular a cargo de los bronces de la Sinfónica, dando cuenta de calibrada versatilidad. Excelente recepción del transversal público etario.
Posteriormente, como primera presentación, se retomó el exitoso ciclo en el Teatro Municipal de Las Condes, abarcando un segmento de público que no suele asistir a la sede de la Sinfónica. En esta oportunidad se contó con el regreso del ascendente director nacional Christian Lorca, con exitosas presentaciones previas con la misma Sinfónica, y ahora con un programa de mayor envergadura respecto a los anteriores junto a la misma orquesta.
Consultó en la primera parte las “Vísperas Solemnes de un Confesor”, de W.A. Mozart, luego de muchos años de ausencia local. Obra de buena factura y atípica dentro de la música religiosa del genio de Salzburgo, contó con excelentes participaciones solistas de Andrea Betancur (soprano), Fernanda Carter (contralto), Leonardo Navarro (tenor) y Javier Weibel (barítono), junto a la Camerata Vocal de la Universidad de Chile. Magníficas indicaciones de carácter, tempo y dinámicas de parte del maestro invitado.
Seguidamente, con un interesante criterio contrastante, una sólida versión de los “Cuadros de una Exposición”, de M. Mussorgsky (en la recurrente orquestación de M. Ravel). Obra bastante ofrecida localmente, incluso en la misma sala de Las Condes hace dos años con atronador éxito, habría sido deseable haber programado otra obra conocida de menos habitualidad, como una forma de ayudar a formar a nuevos públicos. De calibrada interioridad, Lorca enfrenta la obra no necesariamente privilegiando la rutilancia de la colorida orquestación raveliana, optando por una mirada contemplativa respecto al relato interno, validándolo como un director de indiscutida seriedad. Excelente respuesta global de los sinfónicos.
Y continuando con la itinerancia, después de más de una década, un retorno al emblemático Teatro Oriente en Providencia, en esta oportunidad inscrito dentro de las actividades de aniversario de dicha comuna.
Adrede no se asistió… como una forma de exteriorizar la disconformidad al programa, donde la selección de Grandes Clásicos en nada aportó a una debida formación de público… En consecuencia, imposible avalar programas sin mayor organicidad, con extractos inconexos de obras (movimientos aislados de sinfonías, entre varios desaciertos…), perdiéndose una magnífica oportunidad de retornar al Oriente con un programa en sintonía a la importante trayectoria de dicho espacio. Sólo esperar que en futuras presentaciones se revierta tal desacierto…