Luego de una serie de cancelaciones de programas de abono desde el inicio del presente estallido social en octubre, recién, comenzando diciembre, reapareció la Sinfónica Nacional en pleno y en el marco del tradicional espacio que el Teatro Municipal de Santiago le ha brindado dentro de su temporada de conciertos.
Bien no lo ha pasado la Sinfónica desde mediados de año, situación latamente comentada en críticas previas, y que al día de hoy sigue planteando interrogantes respecto al futuro de su temporada oficial ante el emplazamiento del Teatro de la Universidad de Chile, su sede, en la “Zona Cero” de las manifestaciones que periódicamente se han llevado a cabo y que se vislumbra seguirán persistiendo… De hecho, en lo inmediato, ninguna actividad se ha anunciado en dicho recinto.
Sin embargo, en este lapso no debe soslayarse la realización de actividades alternativas (e improvisadas) ante la contingencia, presentándose en colegios como en el frontis del Teatro de la Universidad de Chile y otros lugares, dándole cierta continuidad de funcionamiento. Asimismo, a la luz de una declaración de los mismos músicos -y, por lo visto, avalada por las autoridades jerárquicas de la Universidad de Chile como entidad responsable-, se ha comprometido a la orquesta para contextualizar sus presentaciones dentro de una dinámica catalizadora de las demandas sociales, opción riesgosa desde varios flancos, uno de ellos la preeminencia de la opción personal de sus integrantes por sobre el rol institucional per se, este último concebido en la lógica de una natural prescindencia política…
Así, la presentación en el Municipal de Santiago constituyó un cierto regreso a las actividades regulares del calendario anual de la Sinfónica Nacional, esperándose una pronta normalización, y ante lo cual urge discurrir la idea de encontrar espacios que den garantía para la realización de sus conciertos oficiales ante el confuso panorama del país, más el caótico entorno de la Zona Cero de Santiago donde se desarrolla el grueso de la actividad de la orquesta.
Magníficamente dirigida por Rodolfo Fischer, prominente maestro nacional radicado en Suiza, se contempló un programa del máximo atractivo, tanto por las bondades intrínsecas de las obras como la novedad de varias de ellas por su escasa programación local.
Abrió con una notable versión de la Suite “Karelia”, Op. 11 de Jan Sibelius, ausente por más de 40 años en las orquestas capitalinas. Música de fina sensibilidad, posee una atractiva rusticidad y amabilidad, siendo fiel reflejo de la personalidad del gran compositor finés, especialmente en su espíritu evocativo de los paisajes de su país. Estructurada en 3 movimientos, en Chile es muy conocida por el primero (Intermezzo) al ser por décadas la cortina musical de la emblemática “Área Deportiva” de Televisión Nacional (TVN). La versión de Fischer, de irrefutable idiomatismo y claridad expositiva, obtuvo concentradísima disciplina de los sinfónicos. De gran recuerdo el segundo movimiento (Balada), con una descollante intervención del entrañable pasaje solístico del corno inglés (a cargo de Rodrigo Herrera).
Posteriormente, una magistral versión del Poema Sinfónico “La Isla de los Muertos” de Rachmaninoff, esporádicamente ofrecida en estas latitudes. Obra en sí compleja, a la vez de magnífica factura armónica y de orquestación, tuvo una lectura de completa asertividad. Con excelente sentido de la ilación temática, Fischer logra un continuum de progresiva atención. Grandes momentos en los pasajes de más intimidad, a la vez un soberbio manejo de balances y texturas. Un inapelable triunfo artístico.
Como colofón, una contemplativa versión de los “Cuadros de una Exposición” de Mussorgsky en la tradicional orquestación de Ravel. Impactante la profundidad del enfoque propuesto por el maestro Fischer, dando cuenta de una asimilada mirada interior por sobre cualquier efectismo. De hecho, el brillo de la orquestación raveliana da pie para interpretaciones que privilegian la rutilancia sobre el pathos interno. Fischer, con un soberbio sentido del todo, es coherente ante una genuina visión reflexiva, traducida en empastes sonoros, empáticos tempi, certeros matices de carácter más una progresividad expresiva que dio cuenta de un continuo asombro frente al relato de la obra. La respuesta de los sinfónicos (segunda función), en general atenta.
En suma, un magnífico concierto en medio de confusiones e incertidumbres globales, validando la vigencia superior del arte como vehículo de transcendencia frente a las vicisitudes…