El segundo programa de temporada de la Orquesta Clásica de la Universidad de Santiago (USACH), desarrollado en la magnífica Aula Magna de dicha casa de estudios, estuvo a cargo de su maestro titular, David del Pino Klinge.
Es menester señalar, como se ha consignado antes, la importancia del espacio que ocupa esta agrupación en el medio nacional, amén de insistir en la necesidad de aumentar la cobertura territorial de sus presentaciones, para disponer así de una mayor repetición de sus programas, normalmente muy atractivos.
Con un ecléctico e inteligente criterio programático, esta presentación contempló obras de diversas épocas, origen y carácter, brindándose un buen sentido del contraste y debida organicidad. A la vez, del todo encomiable las solventes y entretenidas notas musicográficas de Gonzalo Cuadra, con buen valor agregado.
En clave culinaria, este atractivo menú de obras -en su conjunto muy bien servidas-, se inició, como exquisito aperitivo, con el estreno (aparente) de “Ciranda das sete notas”, para fagot y orquesta de cuerdas de Heitor Villa-Lobos.
Esta “Ciranda de las siete notas” (traducida al castellano) es representativa de la literatura villalobina, de notable fusión entre la música vernácula (de atrapante exotismo) de su Brasil natal con las estructuras propias de la música de J.S. Bach. Y en este caso, existe cierta relación entre números y notas tratadas por Bach, denotando buen manejo armónico más un excelente tratamiento de timbres y colores. Por su parte, la “Ciranda” es una danza propia del nordeste brasileño cuya coreografía discurre en ronda y ritmo lento. Asimismo, las “siete notas” aluden al motivo melódico inicial, cuyos desarrollos engarzan con el trabajo de Bach a partir de elementos numerados alfabéticamente.
Notable desempeño de Alejandro Vera, joven solista en fagot de la orquesta universitaria, demostrando cabal compresión del carácter de la obra más completo dominio técnico. Grandes logros en sentidas exposiciones melódicas, matices y dinámicas. Y a su vez, de gran factura el alado complemento de Del Pino Klinge, obteniendo de las cuerdas excelente ajuste y calidez de texturas.
Con radical contraste, y de atípico orden, llegó la Obertura Coriolano de L.V. Beethoven. Con muy acertadas explicaciones previas del maestro titular, fue interesante advertir al público que esta obra, de alguna forma, sería precursora del género “poema sinfónico” -por más que sea una obertura per se-, razón que explica su inclusión luego de la pieza de Villa-Lobos. Excelente versión global y de completa visceralidad conforme el relato de Plutarco (autor del texto homónimo), pintando empáticamente las diversas escenas contrastantes, no obstante hiperbólico en algunos pasajes de fuerte dramatismo…
Y con la Sinfonía N° 101 “El Reloj” de F.J. Haydn finalizó esta inteligente “cocina musical”, siendo este “plato de fondo” ad hoc para una debida saciedad de la audiencia… De amable carácter, su título (no apodado por Haydn) obedece al ritmo pendular dominante en el segundo movimiento, asemejándose al tic-tac del reloj. De contrastado carácter, sus cuatro movimientos proveen una irrefrenable linealidad auditiva, elemento bien comprendido por Del Pino Klinge, proponiendo una imaginativa versión y casi de dimensiones teatrales, develando, en propiedad, la trama interna de cada elemento.
Excelente manejo de las dinámicas, matices y calidad de sonido, más una equilibrada adopción de tempi, no obstante algunos desajustes menores que de ninguna manera empañaron una entusiasta entrega…