En este momento y hasta el 6 de agosto, de jueves a sábado a las 20:00 horas, y domingo a las 19:00 horas, se está presentando en Espacio Patricio Bunster del Centro Cultural Matucana 100, la obra de danza “Trans-fusión”, pieza coreográfica de Compañía Danza JAM, dirigida por Jennifer Alegría.
La línea de creación que presenta su directora en cada oportunidad es sobre temáticas sociales, como de género, y en esta ocasión no fue la excepción, regalándonos un bello trabajo, comprometido y directo.
Hablar de cuerpos no binarios, de personas de género-queer o trans no binarios, no es fácil, porque de alguna forma estamos clasificando algo que es muy personal. Pero creo necesario romper los estatutos establecidos por terceros, porque cada persona debe existir de acorde a su propia definición de sí mismo, y no a una catalogación hegemónica impuesta por la heterenormatividad.
Hoy esta temática se lleva al escenario y se convierte en arte, para dar visibilidad, contar de su existencia, no con un fin de ser abyecto o provocar por provocar, sino más bien, para acrisolar la vida de tantos seres que han debido, reprimir, ocultar y restringir sus verdaderas existencias por coexistir en una sociedad clasificada. Lo más valorable de “Trans-fusión” es que el elenco está compuesto por cuerpos no binarios, cuerpos trans, cuerpos que hablan en primera persona.
Coreográfica o artísticamente es un trabajo depurado, analítico y bien plateado, mezcla de danza contemporánea, espectáculo y performance. Y si bien, no todos los cuerpos que habitan la escena tienen una preparación dancística o cuerpos de bailarines, la entrega fue una de las mejores que he visto hace mucho tiempo. En este escenario no se baila, se divulga el alma, el cuerpo, se desangra en cada segundo, como si fuera la última oportunidad para decir, este es mi mensaje, este soy yo.
El público, cuando entra y primera parte de la obra, se encuentra con seis protagonistas vestidos al más puro estilo de los buzos Adidas de los ochenta, en colores rojo, azul, amarillo, rosa, verde y gris, alrededor de un espacio cuadrado delimitado de unos 5 metros. Ellos preparan y ejercitan sus cuerpos, como si estuvieran disponiéndose para alguna actividad deportiva, competitiva, pero no se disponen a contar sus propias vidas, porque esta área es su campo de acción, con conflictos, instancias personales o sociales, de sabores y sin sabores.
En la segunda parte, visten de boxeadores y el área de ejecución, se convierte en un ring, lugar donde se enfrenta a una sociedad y sus conflictos, miden sus fuerzas, luchan por sobrevivir a los golpes de la vida.
Hay un cuadro muy bello y tal vez el más cruel de ellos. Dos trans masculino y femenino, se ponen una cuerda al cuello que los une, uno en cada extremo, luchan por no ser el que está al frente, nacieron siendo asignados en un género, pero no, su identidad es otra, por tanto, se odian, se detestan y tratan de aniquilar a su adversario.
La dirección y trabajo coreográficos se encuentra magistralmente a cargo de Jennifer Alegría, quien entrega una faena dinámica, donde el sarcasmo, la ironía, el humor, la pena y la angustia están presente, convirtiendo la obra en una verdadera montaña rusa de emociones, es imposible no dejarse embarcar en este viaje de sentimientos y palpitaciones.
Por otro lado, el acertado diseño integral de Eduardo Cerón, la dramaturgia de Marcia Cesped, la buena mezcla de sonido electrónicos a cargo de Simón Flores y la asistencia de dirección Daniella Soto.
Pero quienes definitivamente se llevan los aplausos son: Alexa Quijano, Flor Violeta, Gaspar Venegas, Pable Morales, Rosa Robledo y Anrrieth Morales, que logran concluyentemente hacer un trabajo visceral y comprometido.
En definitiva, es una obra muy recomendada, de buena factura. Ahora bien, si usted es conservador, prejuicioso y normativo, le comento que tal vez no le guste, pero calidad, arte y un buen trabajo, hay de sobra, por tanto, no se la puede perder.