El diseño de una programación musical en sí es una “obra de arte”, casi como el “hecho musical” ulterior, debiendo un buen programador saber administrar complejos parámetros propiamente artísticos como del mercado objetivo.
Una inteligente programación debe contemplar, como criterio-matriz, una amplia cobertura de público con el objeto de abarcar, idealmente, a ”todos los gustos”, es decir, propender a la lógica de una genuina transversalidad de preferencias…
La mini temporada de la Filarmónica de Santiago en apertura pandemial del Teatro Municipal capitalino consideró un encomiable criterio de amplitud estilístico, celebrándose en todos los programas la inclusión de compositores chilenos. Así, la última presentación de este ciclo, dirigida por el prestigioso director nacional Rodolfo Fischer -y fiel a estos elementos-, consideró obras de Leni Alexander, F.J. Haydn y J. Brahms, sin duda una atractiva instancia para “todos los gustos”.
En tanto, nuevamente la Filarmónica se mostró atenta, dando cuenta de su profesionalidad, instándose a seguir desarrollándola y proyectándola debidamente.
De la destacada compositora polaca-germana-chilena Leni Alexander (1926-2005), luego de 35 años, se ofreció “Equinoccio”, obra estrenada en 1962 en Buenos Aires, siendo su última presentación en 1986 con la misma Filarmónica.
La figura de Alexander es fundamental en la música de tradición escrita en Chile, por su formación y oficio. Adscribiendo estéticamente a la atonalidad, en Equinoccio se reconoce un continuum armónico de gran riqueza tímbrica y colorística, a la vez un insondable misterio poder relacionar sus bases inspirativas, convirtiendo tal interregno en una fortaleza… El resultado de Rodolfo Fischer con los filarmónicos, de primer orden en ensamble, texturas y transparencias.
Como radical contraste, llegó el Concierto para Trompeta de F.J. Haydn, inusualmente ofrecido en el medio local. Como pieza fundamental del repertorio para trompeta solista, su gran gravitación estriba en ser de las primeras composiciones para este instrumento a la manera que hoy se le conoce, respondiendo al diseño de la trompeta de 5 llaves desarrollada por Anton Weidinger. A su vez, Haydn compuso la obra en plena madurez (1796), vertiendo acabado oficio composicional, y conciliando admirablemente sus posibilidades expresivas conforme las limitaciones de la “trompeta natural” de aquel tiempo con las del novedoso (y revolucionario) “invento”, brindando mayor rango dinámico. La versión a cargo de Rodrigo Arenas, integrante filarmónico, de total encomio, conjugando hermosa sonoridad, homogéneo legato y magnífica musicalidad. Y la concertación del maestro Fischer, pletórica de logros en ajuste grupal, balances, matices y colores.
Finalmente, la siempre bienvenida Segunda Sinfonía de J. Brahms. Siendo una suerte de paréntesis en las sinfonías brahmsianas, y no obstante su carácter más bien “bucólico” (asociada en espíritu a la Pastoral beethoveniana), se observa cierta dialéctica motívica, existiendo un contraste de dramáticos tintes con otros de tierna amabilidad, primando en su conjunto un aura de jubiloso carácter. Asimismo, la complejidad de una serie de elementos armónicos a lo largo del devenir discursivo, no deja de producir más de algún “dolor de cabeza” a directores y músicos en cómo abordarla…
La versión firmada por Rodolfo Fischer, de sólido análisis global, enfatizó la claridad en la evolución discursiva, resolviendo con debida coherencia elementos tan complejos como las características variaciones progresivas brahmsianas. No obstante un arranque algo difuso en el primer movimiento (primera función, con una respuesta algo cruda de la orquesta en balances (excesiva sonoridad del timbal) y calidad de sonido general), empero, a partir del segundo (de excelente tratamiento evolutivo) y restantes, hubo irreprochable idiomatismo y progresividad expresiva.
En suma, una presentación de inteligente concepción programática, con atractivos contrastes e importantes entregas.